DBT en Iberoamérica (parte 1)

DBT en Iberoamérica (parte 1)

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DBT en Iberoamérica (parte 1)

Por

Pablo Gagliesi

Este artículo de Pablo Gagliesi, director de DBT Iberoamérica, es la primera parte de una serie de tres sobre DBT en Iberoamérica. En esta primera parte, Pablo comparte una mirada al panorama general de la cultura y DBT en esta región.

El viaje de DBT en Iberoamérica comenzó en 2014 con un Entrenamiento Intensivo en Buenos Aires con equipos de nueve países latinoamericanos. Para 2019, se habían establecido más de 100 equipos en los países de habla hispana y portuguesa de Iberoamérica. Sin embargo, decirlo así de simple es quizá demasiado sencillo para una región tan compleja.

¿Vivo en Iberoamérica, Latinoamérica, Hispanoamérica, Ñamérica (como dice Caparrós, un conocido periodista argentino)? ¿América del Sur quizás? ¿El Caribe forma parte de ella o no? Obviamente, no es una región geográfica con fronteras claras. Algunos pueden incluir la Península Ibérica -España, Portugal, Andorra-, que es la cuna de los países europeos que colonizaron gran parte de lo que hoy llamamos América Latina.

Esta imprecisa región posee una gran variedad de rasgos culturales, lo que la convierte en un territorio cultural complejo en el panorama de la DBT. 

Hay influencias lingüísticas del español y el portugués y -en menor medida- del inglés, el francés, el criollo y el holandés. El castellano -o español- es una lengua hablada por unos 600 millones de personas. Unos 270 millones hablan portugués. Además, en la actualidad hay 522 naciones nativas en América Latina que hablan 420 lenguas diferentes. Si se incluye la Península Ibérica, diez millones de habitantes hablan otras cinco lenguas oficiales: Catalán, Valenciano, Gallego, Vasco y Aragonés.

En esta región tampoco compartimos una religión común. Además del catolicismo y el cristianismo, están las religiones de los pueblos autóctonos, la influencia de las creencias religiosas africanas y la llegada de otras religiones que vinieron con las migraciones, como el judaísmo y el islam.

La región tiene otra característica: somos sociedades tremendamente desiguales. 

La desigualdad social puede hacer que las personas más ricas del planeta convivan geográficamente con personas extremadamente pobres. La estratificación social desigual, especialmente tal y como la vemos dentro de nuestras megaciudades, se correlaciona con un acceso desigual a los servicios sanitarios y de salud mental.

Muchos países, muchos gobiernos -o subgobiernos-, muchas ciudades, mucha gente. Todo esto complica el proceso de coordinación de actividades. Entonces, ¿cómo llegó aquí la DBT y echó raíces tan firmes?

En 2001 estábamos trabajando en un proyecto de emergencia en salud mental en Buenos Aires, una ciudad de 15 millones de habitantes, donde hay muchos psicólogos y una fuerte corriente psicoanalítica con todo el poder político en el Estado, las universidades y los hospitales.

Trabajé en un grupo que prestaba asistencia en salud mental a los empleados del Estado. Teníamos una elevada tasa de hospitalización y escasos recursos. Rápidamente nos dimos cuenta de la prevalencia de clientes con conductas suicidas y trastorno límite de la personalidad y empezamos a buscar tratamientos empíricos con los que trabajar. Al mismo tiempo, sin conocernos, otro grupo estaba haciendo lo mismo en Santiago de Chile. Pero así funciona nuestro territorio. Es más barato llamar por teléfono a Estados Unidos que al país vecino. Acabamos encontrándonos años después.

El primer intento de formar un equipo de DBT lo hicimos con un colega, Sergio Apfelbaum, pero pronto se canceló el experimento por motivos económicos. En segundo lugar, la universidad nos pidió que interrumpiéramos el estudio DBT.

¿Hacia dónde caminaba la psicoterapia? La psicoterapia caminaba hacia la moda cognitiva y la moda integrativa. Quiero aclarar aquí que llamo moda sin intención peyorativa sino para ilustrar las tendencias. Así que queríamos ver cómo integrar este tratamiento basado en la evidencia en nuestra práctica cognitiva. Integrativo, cognitivo. Como pueden imaginar, este era otro obstáculo, pero aquí nos lo habíamos inventado nosotros. “Cómo traducir mindfulness… De ninguna manera, no se puede. Esta terapia tiene una jerga imposible. Esta terapia es más una escuela que una terapia”.

Una clienta empezó a leer conmigo el libro de la doctora Linehan. Llevaba mucho tiempo hospitalizada. Ningún terapeuta quería verla. Al parecer, los psiquiatras la tenían en su lista negra. Me propuso que leyéramos juntos el tratamiento. Era hija de una familia inglesa y su inglés era más impecable que el mío. Su mejoría fue sustancial. Todavía comenta: “Me curé leyendo un libro”. Cuando le propuse cómo podíamos integrar este tratamiento en lo que estábamos haciendo, me contestó: “¿Integrar? De ninguna manera, quiero hacer este tratamiento igual que lo hicieron en Seattle. Quiero tener las mismas posibilidades, las mismas oportunidades”. Resolvió la tensión dialéctica entre adoptar y adaptarse. Adoptar sería ir en contra de las tendencias de moda. Faltaban años para una terapia basada en la evidencia y el proceso. 

Tuvimos el debate ineludible de traducir un modelo de psicoterapia que inventaría una jerga sobre la que Lady Gaga escribiría canciones muchos años después. 

El tiempo y los clientes nos demostraron que la exactitud de la traducción no importaba y que teníamos que deshacernos de creencias fragilizantes (“en nuestra cultura los clientes no hacen los deberes, en nuestra cultura la gente quiere contar las historias, en nuestra cultura debemos intervenir en nombre del cliente, en nuestra cultura no se entiende el mindfulness”). Estábamos equivocados. Las palabras encontraron otras y se definieron por sus funciones, no por su significado. ¿De qué sirve la traducción, incluso de la raíz latina, si no se entiende cómo es? Hemos convertido la imprecisión en fuerza.

Fuimos capaces de crear una comunidad de terapeutas que hablaban DBT, y el equipo creció exponencialmente en cinco años. La institución que sirvió de paraguas para este experimento fue la Fundación Foro. Gracias a Javier Camacho que nos abrió las puertas de par en par. El entusiasmo que teníamos era tal que queríamos contarle a todo el mundo lo que estábamos haciendo. El contexto no era muy propicio. El psicoanálisis libraba una batalla campal contra todo lo que amenazara su poder, los cognitivistas no nos reconocían como miembros del rebaño, los psiquiatras querían detentar el poder sobre los tratamientos. Nada nuevo bajo el sol.

La verdad es que primero nos quedamos sin una institución donde poder trabajar y luego sin la universidad, donde nuestras teorías no eran muy aceptadas. Hoy en día, las universidades dan clases de DBT como algo normal. Afortunadamente, al principio, que parecía descorazonador, muchos colegas empezaron a remitirnos clientes y sus familias.

Comenzó a formarse un equipo de DBT en Buenos Aires. Trabajábamos en nuestras casas, en nuestros consultorios, o a veces en bares de esquina que abundan en Buenos Aires, donde, por ejemplo, se realizó el primer encuentro de familiares de personas con Trastorno Límite de la Personalidad. 

La decisión fue difundir en congresos, conferencias, charlas, inicialmente en Argentina y luego en Latinoamérica. Todo esto significó muchos gastos iniciales, pero el entusiasmo fue mayor. Viajamos mucho -demasiado- y en todas partes conocimos terapeutas desesperados por ayudar a clientes también desesperados.


Lea aquí la parte 2 de este blog sobre DBT en Iberoamérica, en la que Pablo comparte la historia de la introducción de DBT en esta región.


*Artículo publicado en el sitio web de Behavioral Tech. Puedes acceder a la versión en inglés haciendo clic aquí .